¡Hola Violeta!
Te dejo un cuento para que lo leas y dibujes seis viñetas sobre él.
Un abrazo.
El aprendiz de mago
Éucrates era un joven griego que
estudiaba en Egipto. Un día, mientras navegaba por el Nilo, se dio cuenta de
que entre los pasajeros del barco había un hombre muy misterioso. Se trataba de
un egipcio con la cabeza rapada como los sacerdotes, que llevaba finos trajes
de lino, y hablaba griego perfectamente. El misterioso hombre se llamaba
Pancratés y era muy sabio, pues poseía conocimientos muy vastos en todas las
áreas del saber.
Aprovechaba las escalas del barco para
bañarse en el río y nadar entre los cocodrilos sin ningún temor. Se divertía
acariciándolos o montando a horcajadas sobre sus espaldas.
El joven griego enseguida comprendió
que se trataba de un mago y procuró entablar amistad con él. Pancratés no tardó
en concederle su confianza, hasta el punto de confesarle, uno tras otro, sus
secretos.
Cuando el barco llegó a su destino,
Menfis, Pancratés le dijo a Éucrates:
-Dejad aquí a vuestros criados y venid
conmigo. No os preocupéis, no vais a necesitar de ellos.
Y se fueron directamente a la posada.
Una vez allí, el egipcio cogió una escoba, le puso a la misma un vestido y
pronunció una fórmula mágica en voz baja. Luego dijo:
-Ve a buscar agua.
De repente la escoba cobró vida y fue a
buscar agua. Lo más sorprendente fue que, gracias a la fórmula mágica, todo el
mundo la tomó por un ser humano.
Cuando
la escoba trajo el agua, el mago le dijo:
-Ordena la habitación y sírvenos.
Y la escoba cumplió las órdenes sin
rechistar.
A continuación, el mago volvió a
pronunciar unas palabras mágicas en voz baja y la escoba se convirtió de nuevo
en un objeto inanimado.
Éucrates quedó maravillado ante
semejante prodigio y le hubiera gustado poseer la fórmula mágica, pero el egipcio guardaba celosamente el
secreto. Sin embargo, un día, el mago pronunció la fórmula en voz alta y
Éucrates, que se encontraba en la habitación de al lado, la oyó. Más tarde,
mientras la escoba ejecutaba sus órdenes, los amigos se fueron a dar un paseo.
A la mañana siguiente, el joven griego
dejó que su amigo se fuera solo, se apresuró a vestir la escoba, pronunció la
fórmula y le ordenó:
-Ve a buscar agua.
Inmediatamente, la escoba cogió un
cántaro y se fue a buscar agua.
-Muy bien –le dijo Éucrates., ahora,
¡conviértete otra vez en escoba!
Pero la escoba salió de nuevo y trajo
más agua, una y otra vez. Pronto, no hubo bastantes ánforas ni recipientes para
contener toda el agua que la escoba traía y ésta empezó a derramarla por el
suelo.
Éucrates sabía la fórmula que daba vida
a la escoba, pero no la que servía para detenerla. Fuera de sí, el griego cogió
un hacha y partió la escoba en dos mitades.
Cada una de las dos mitades tomó un
cántaro y prosiguió con ese ir y venir infernal. El pobre muchacho habría
perecido ahogado si el mago no hubiese vuelto a tiempo para deshacer el
hechizo.
Algunos días más tarde, Pancratés
desapareció. Su joven amigo nunca más volvió a verlo y no pudo proseguir sus
estudios de magia.